Aunque tengamos una cierta sensibilidad, muchas veces hasta que no vemos la realidad dándonos en la cara no llegamos a impactarnos con la magnitud del problema. La sensibilidad hacia la bujarda la tenemos de sobra, pero la realidad que nos encontramos en algunos casos es la que nos lleva a no solo sentir sensibilidad, y enfrentarnos a la realidad que puede ser la desaparición de nuestras queridas bujardas.
Somos conscientes del buen aspecto que presentan muchas de nuestras bujardas, de los defectos que otras tienen, pero cuando de un día a otro nos encontramos con que lo que antes era hoy no lo es, esa es la realidad que nos impacta.
En esta entrega las mayorías de las imágenes que os vamos a mostrar van a coincidir con la cara más fea de nuestras bujardas. Esto es, cúpulas semiderruidas, paredes agrietadas o caídas, muros casi inexistentes, chimeneas destruidas, etc., como consecuencia de la dejadez y el abandono. Solo por el hecho de que no desaparezca ninguna bujarda más, merece la pena esforzarnos, desde ya, para que sigamos siendo la tierra de bujardas y no la de los majanos.
Debemos conservar nuestras bujardas porque son testigos de nuestra cultura y porque son una parte de la herencia de nuestro pueblo. Sin ellas toda la naturaleza valenciana estaría huérfana, pues forman parte inseparable de todo el conjunto de entornos que constituyen el territorio valenciano.
Hasta hace bien poco tiempo, nuestras bujardas mostraban de una forma plena la misión para la que estaban construidas, que no era ni más ni menos que de vivienda para pastores y agricultores, pero en la actualidad apenas tienen función específica, y es por ello que en un porcentaje grande de ellas se encuentran abandonadas y por consiguiente en un proceso de desaparición cada vez más avanzado.
Nuestros ojos no deben resignarse a ver cómo van desapareciendo de nuestro paisaje rural, donde siempre formaron parte, perfectamente integradas, de nuestras dehesas, olivares, riveras, sierras, etc., y los ojos de nuestros hijos y nietos tienen que seguir conociendo este paisaje, pero siempre con la presencia de la bujarda en ellos.
Debemos seguir fomentando la puesta en valor de nuestras bujardas, testimonios culturales vivos, y que están incrustados en la memoria colectiva del pueblo valenciano y forman parte activa de nuestro legado cultural.
A la bujarda debemos verla y quererla como a esa abuela que nos habla del pasado, de nuestro pasado, y de la forma de vida, del trabajo en el campo, de las relaciones sociales en el mundo rural, de las relaciones con el entorno natural, y la que se muestra como un buen ejemplo de la identidad de nuestro pueblo.
Está bien claro que la evolución agrícola- ganadera y la transformación social han puesto en peligro la arquitectura rural. Muchos expertos coinciden en la potencialidad de la arquitectura tradicional como recurso económico, pero esta situación es difícil de presentarse sin la realización del primer paso que es el de conservar nuestras bujardas. Se pueden planear políticas o estrategias para dar a nuestras bujardas fines culturales o como recurso económico para el desarrollo del pueblo, pero este será un paso posterior al primero, que es el de proteger y conservar este patrimonio bujardino.
Nuestras queridas bujardas están encuadradas dentro del llamado Patrimonio Menor. En las palabras del maestro José Luis Martín Galindo encontraremos algunas explicaciones sobre ello.
El Patrimonio Mayor testimoniado por palacios, castillos, monasterios, etc., han contado con todos los reconocimientos institucionales y ayudas públicas para su conservación, sin embargo las bujardas y la arquitectura del pueblo que son evocadoras de las formas de vida y trabajo de las clases populares, testimonio vivo que forma parte de la memoria colectiva del pueblo que recuerda los usos que la dieron vida forman parte del Patrimonio Menor. Es por ello que nuestras bujardas que son manifestaciones significativas de nuestra identidad cultural deben ser tuteladas institucionalmente y valoradas socialmente.
Entre todos debemos conseguir poner en valor social nuestra arquitectura tradicional para que cuando paseemos con nuestros hijos y nietos podamos hacernos fotos junto a esa bujarda que cada día se conserva mejor y no junto a ese majano de lo que fue.